Por Stella De Ávila Escobar *
Si hay algo que sobrevive al ser humano son sus propias creaciones. De ahí que cada expresión creativa que se destaque por su genialidad en cualquier área del conocimiento o de las artes se convierta en patrimonio que identifica y enriquece la cultura de un pueblo.
Podría decirse que es a través de esas creaciones como podemos tener un atisbo trascendente y significativo de nuestro propio valor como personas, de nuestra identidad como sujetos pertenecientes a un conglomerado poblacional y de nuestra pretendida inmortalidad.
Muchas personas pueden ser creativas; es una cualidad de la inteligencia humana. Mientras mayor abundancia de expresión tenga un pueblo, más rico culturalmente será; mayor será su cosmovisión y cada vez más refinadas sus formas de expresión.
Pero la genialidad tiene la capacidad de impulsar con sus creaciones al colectivo al que pertenece, incluso a la misma humanidad.
Aunque existen muchas definiciones sobre genialidad decidí no ceñirme a ninguna de ellas porque creo que cuando una persona plasma alguna idea de manera imaginativa y brillante en cualquiera de sus formas de expresión no sigue reglas preestablecidas; por el contrario, deja fluir la musa sin miedo. Aunque es cierto que el talento en cualquier área del saber se desarrolla combinando conocimiento con creatividad.
La GENIALIDAD… esa capacidad que tienen algunas personas para crear, para realizar cosas de forma imaginativa y brillante no sigue un patrón determinado, sino que es una cualidad excepcional, distintiva e inherente de ese ser, de la capacidad que tiene esa persona de conectar en un momento determinado con su musa inspiradora y expresar en el mundo material toda su belleza, su perfección.
El valor de la genialidad está en que es muy particular, única e irrepetible. Podemos heredar talentos, inteligencia, color de ojos, estatura pero lo que es intrasmisible, es la magia de la genialidad.
Muchos genios en sus diferentes épocas, han sido interrogados para saber en que consistía su riqueza creativa casi inagotable.
A Platón por ejemplo le preguntaban sus alumnos de donde salían sus ideas. Y él contestaba: “es que de noche mi Daimon… (Así llamaban a los genios en la antigua Grecia) … me habla al oído.”
Y Albert Einstein, en una carta a su amigo Julius Burger, científico igual que él, le decía: “las personas como tú y como yo, aunque mortales lógicamente no envejeceremos nunca sin importar el tiempo que vivamos porque permanecemos como niños curiosos, asombrados ante el misterio insondable en que hemos nacido…”
La genialidad requiere de experticia, conocimientos, habilidades pero por encima de todo depende de la singularidad del ser.
No es contestataria, no se ciñe a reglas, mas bien es el resultado de la incertidumbre, de la búsqueda, de la espontaneidad que en un momento determinado fluye en creaciones que por su belleza, perfección o contenido nos dejan maravillados, conmovidos, asombrados, sin aliento.
Por esa razón todo aquel que ha podido ver o experimentar de cerca la genialidad en cualquiera de sus expresiones, tal vez no sepa definirla, pero sí sabrá reconocerla, admirarla y reverenciarla.
*Psicóloga – coach con Programación Neurolingüística