Cuando la violencia contra las mujeres se vuelve rutina

La violencia tiene muchas formas. Puede empezar como un susurro hiriente, una palabra que minimiza, un empujón disfrazado de juego. Luego crece: se hace grito, golpe, encierro, control. Y, en el peor de los desenlaces, termina en feminicidio. Colombia conoce de cerca esa espiral: cada día, en algún lugar del país, una mujer es atacada solo por ser mujer.

El Observatorio de Feminicidios ha alertado que septiembre de 2025 se convirtió en un mes teñido de luto. En Córdoba, por ejemplo, el cuerpo de una joven fue hallado en el río Sinú tras días de angustiosa búsqueda. Estos no son hechos aislados: son parte de un mapa doloroso que muestra que la violencia contra la mujer sigue siendo estructural.

En el Cesar, tierra de acordeones, la violencia también golpea fuerte. A finales de agosto, en Valledupar, Yesenia Esther Quintero Caro, una mujer de 42 años fue asesinada presuntamente por su ex yerno, quien no aceptaba el fin de la relación con su hija. Los vecinos contaron que habían escuchado discusiones, pero nunca imaginaron que terminaría en tragedia. El caso estremeció a la ciudad y puso nuevamente sobre la mesa la falta de medidas de protección eficaces.

El 3 de mayo, en plena vía pública de Valledupar, Verónica Patricia García fue asesinada a tiros por hombres armados. La noticia se esparció rápido: sicariato. Sin embargo, entre líneas, la pregunta se repetía: ¿Cuántos de esos disparos también se dirigen contra las mujeres solo por el hecho de serlo?
Un caso distinto, pero igualmente doloroso, estremeció a la invasión Altos de Pimienta. Allí, una mujer mayor fue apuñalada por su pareja sentimental tras una discusión. Sobrevivió, pero ahora carga con cicatrices visibles e invisibles, mientras el agresor espera proceso judicial por intento de feminicidio.

El pasado también recuerda su cuota de tragedias. En junio de 2024, en el corregimiento de Guaymaral, sur de Valledupar, Yuleidis Patricia Gámez Gutiérrez fue asesinada con arma blanca por su compañero sentimental. El crimen, tipificado como feminicidio, dejó en evidencia la crudeza de una violencia íntima, doméstica, que suele ocultarse tras paredes silenciosas.

Ese mismo año, el Cesar registró 15 mujeres asesinadas, cinco de ellas en Valledupar. No todas fueron reconocidas oficialmente como feminicidios. Muchas quedaron clasificadas como simples homicidios, borrando de los expedientes la raíz de género que marcó su muerte. Ese detalle burocrático agrava la injusticia: sin tipificación, los casos pierden visibilidad, y las víctimas pierden voz.

Un mes antes, en Aguachica, otra mujer fue atacada con arma blanca en plena vía pública. Aunque sobrevivió, su historia refleja el mismo patrón: celos, control, amenazas que escalaron hasta casi arrebatarle la vida.

Y en La Jagua de Ibirico, las autoridades investigan el asesinato de una joven cuyo cuerpo fue encontrado en una zona rural. La hipótesis más fuerte apunta a un feminicidio cometido por alguien de su entorno cercano.

El día de ayer, un hombre fue capturado en flagrancia en el barrio San Joaquín de Valledupar tras agredir físicamente y amenazar con un arma cortopunzante a su expareja de 44 años y a su hija de 23. La detención de Luis Ricardo Mejía Chinchía, de 48 años, fue confirmada por la Policía Nacional, que actuó rápidamente para evitar que el ataque escalara a una tragedia.

Entre enero y junio de 2025, el Observatorio de Feminicidios en Colombia registró una alarmante cifra de 427 casos de feminicidios en todo el país. Del total nacional, 14 de estos crímenes se reportaron en el departamento del Cesar, evidenciando una grave problemática que afecta de manera particular a la región. Estos datos subrayan la urgencia de fortalecer las estrategias de prevención y protección para las mujeres en el departamento.

Cada caso se parece demasiado al anterior: mujeres que denunciaron y no fueron escuchadas, medidas de protección que no llegaron a tiempo, comunidades que solo reaccionan cuando la tragedia ya es irreversible. La violencia de género en el Cesar no es excepción, es reflejo de un país donde, según cifras de Medicina Legal, más de 50 mujeres son asesinadas cada mes en contextos de feminicidio.

Hablar de violencia no es solo contar muertes, también es mostrar sus raíces: el machismo cotidiano, la normalización del control sobre la vida de las mujeres, la impunidad que da alas a los agresores. Mientras tanto, los nombres de las víctimas se siguen sumando en una lista que no debería existir.

En los parques de Valledupar, en las calles de Aguachica, en los caminos polvorientos de La Jagua, se siente el eco de esas ausencias. La violencia contra las mujeres no puede seguir siendo una rutina que se anuncia en titulares, se llora un día y se olvida al siguiente. Cada historia merece justicia, y cada vida perdida, memoria.

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