Jorge Maestre: el escultor que le da cuerpo a la memoria vallenata

Por Jade Hernández.

En medio del bullicio tropical de Valledupar, entre el vaivén del río Guatapurí y el eco de un acordeón, se levanta silenciosa pero firme la obra de Jorge Maestre: un escultor que convirtió el paisaje y la cultura vallenata en bronce, cemento, piedra y símbolo.


Nacido en Valledupar, Maestre pasó su niñez en una casa muy grande, casi «media manzana», adquirida por su abuela, una comerciante de prendas de oro oriunda de Atánquez. En este hogar, sus padres, una costurera y un carpintero ebanista, sentaron las bases de su vocación. Maestre recuerda a su padre, un experto en arreglar la «silla de abuelita», un diseño yoruba traído a Colombia por dos hermanos daneses. Observaba con asombro cómo su padre sumergía barras de madera en agua hirviendo a 55 grados para hacerlas flexibles y moldearlas con torniquetes, una técnica que le reveló la maleabilidad de los materiales y la magia de la transformación. «Yo vi en la silla gente haciendo cosas con las manos. Artistas», rememora.


Desde temprana edad demostró una inclinación muy marcada por el arte. Hacía réplicas de figuras y murales de civilizaciones antiguas, como los persas y egipcios, tallándolos en madera con las gubias y formones de su padre. Esta fascinación lo llevó a estudiar Artes Plásticas en la Universidad del Atlántico en Barranquilla, donde residió por nueve años.


En 1991, durante sus años universitarios, con sus compañeros, participaban en el Salón Nacional de Artes Visuales. En una ocasión, junto a sus amigos Ramiro y Carlos, crearon una impactante escultura titulada «Alacena cena con zapatos». La obra, compuesta por tablas de madera cubiertas con «zapatos viejos» recolectados de los basureros de Barranquilla —desde humildes «criollos» hasta lujosos «Christian Dior»—, les valió el primer puesto en el certamen.


A su regreso a Valledupar en 1970, con la intención de viajar a París para seguir formándose artísticamente, Maestre se encontró con una sorpresa. La exposición itinerante del Salón Nacional llegó a la Casa de la Cultura de Valledupar, exhibiendo «Alacena cena con zapatos». Mientras explicaba su obra a un grupo de estudiantes, fue abordado por Gloria Castro Maya, la directora de la Casa de la Cultura y quien fuera su profesora de niño. Castro Maya, reconociendo su talento, le ofreció un puesto como profesor de artes. Esta propuesta cambió su rumbo. «No sé si cometí un error o hice algo bueno, pero yo fui al consulado, saqué mis papeles y dije: ‘Me voy a quedar aquí en el barrio’. Tengo trabajo», confiesa Maestre.
Maestre comenzó a impartir clases de arte para adultos en la Casa de la Cultura, atrayendo a numerosos talentos locales que luego se destacaron en la Escuela de Bellas Artes.

Más tarde, con la ayuda de Consuelo Araújo Noguera, quien lideraba un grupo para el embellecimiento de la ciudad, se fundó la Escuela de Bellas Artes de Valledupar. Maestre fue fundamental en la creación del pensum, basándose en el de la Universidad del Atlántico, y se encargó de las clases de escultura.

Sus primeras obras públicas fueron «Las lavanderas», que rendían homenaje al trabajo silencioso y olvidado de las mujeres que lavaban ropa con manos agrietadas por el jabón y la corriente, ubicada en el Parque Novalito, pero lamentablemente fue destruida, y «El Viajero». Esta última, tras ser eliminada, fue encargada nuevamente por el Banco de la República, lo que le permitió a Maestre recrearla en fibra de vidrio y dar un paso crucial hacia su independencia artística.

Escultor insigne


Desde entonces,  ha dado forma a más de 15 esculturas públicas que se han vuelto emblemas de la ciudad; La Sirena de Hurtado, mezcla de leyenda y deseo, emerge de las aguas como un guiño a lo ancestral.  Los Poporos, en forma de gigantes objetos prehispánicos, no solo exalta la herencia indígena, sino que critica cómo esta ha sido reducida al decorativismo o el fetiche turístico. Otras obras como El Conjunto Vallenato contribuyen a la oralidad musical y a las raíces territoriales.


Entre las obras que ha inmortalizado se encuentran figuras importantes como Rafael Carrillo Lúquez, El Cacique Upar, Hernando de Santana, Juana Jugán, Adalberto Ovalle, Anibal Martínez Zuleta, Julio Villazón Baquero y Raúl Arroyave. Otras de sus creaciones notables son El pitcher , y la más reciente: La fuente de la vida.

Otra leyenda


Actualmente, trabaja en su decimoquinta escultura: una monumental recreación de Francisco el Hombre y el Diablo. Esta obra, que ha tomado tiempo debido a su convalecencia, estará ubicada en el Centro Cultural de la Música Vallenata. Aunque lamenta que las limitaciones técnicas impidan que el diablo «bote candela por la boca», como soñaba, sigue enfocado en su visión.


Además, tiene un ambicioso proyecto para la punta del cerro de Valledupar, donde insiste en la importancia de la montaña como elemento cultural y natural.
Mientras tanto, continúa moldeando con terquedad la historia de su tierra. Su obra no decora: interroga. No entretiene: recuerda. En sus esculturas hay memoria, denuncia y belleza. Un arte que no se conforma con ser paisaje, sino que exige ser relato.

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