La edad: aprender a vivir de manera diferente

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“Carta de Albert Einstein a su gran amigo Julius Burger:

Una de las grandes ventajas que nos dan los años, es el poder dejar volar la imaginación. La gente como tú y como yo, aunque mortales por supuesto, no envejecemos sin importar el tiempo que vivamos porque no dejamos de permanecer como niños curiosos ante el gran misterio en que nacemos. Todo lo que es grande e inspirador, es creado por el individuo que trabaja en libertad”

 Por: Stella De Ávila. 

Psicóloga, Coach con Programación Neurolingüística.

 Aunque el tema de los años nunca ha sido mi principal preocupación, porque pienso que bien aprovechados antes de restar, nos hacen más interesantes, con mucho para dar, de una belleza que el tiempo no puede borrar porque viene de adentro. Podríamos decir que es cuando el ser humano, como un excelso artista, da las ultimas y mejores pinceladas a una obra de arte que siempre se reconstruye a sí misma…

Por esta razón,  no asocio el número de años a la vitalidad o creatividad del ser humano. Ya que no tienen nada que ver con eso, más bien están unidas a la manera cómo aprovechamos las oportunidades de aprendizaje que nos brindan las diferentes etapas de la vida.

Cuando tenemos visión de separación creyendo que una etapa es mejor que otra, nos quedamos paralizados mirando hacia atrás y desaprovechamos las oportunidades que nos brinda el presente de enriquecernos con nuevas experiencias.

La vida está compuesta de tres actos muy definidos e incluyentes, es decir; el ciclo vivido de uno, enriquece el siguiente, ampliando nuestra visión, dándonos mayor experiencia, más sabiduría.

De 0 a 30 años, primer acto, de siembra.  De 30 a 60 explotación y cosecha, pero continua la siembra. Y de 60 en adelante, mientras nuestras habilidades físicas e intelectuales no declinen. Es el acto donde seguiremos sembrando, pero, además, es de retroalimentación, reflexión, corrección y entrega.

Pienso que este momento puede llegar a ser muy rico en creatividad, si capitalizamos todo lo aprendido y soltamos ataduras mentales y emocionales. Así, podremos volar con mayor libertad.

Por esa razón las culturas más avanzadas, respetan tanto la experiencia.

Generalmente sus dirigentes, consejeros, asesores, son personas mayores, las cuales sustentan sus conocimientos, con sabiduría.  Porque la experiencia es un valor agregado invaluable, ellos lo saben, lo aprecian y lo aprovechan.

Hoy, las expectativas de vida sana y productiva se han incrementado en tres décadas comparativamente con la de nuestros antepasados, dándonos la oportunidad de vivir un completo y largo tercer acto de la vida.

Pero, mucha gente permanece aún, en el viejo paradigma de pensar que, llegados a esa edad, todo se acaba, expectativas, sueños. Ese pensamiento induce a un rápido deterioro de nuestras habilidades tanto físicas como intelectuales y de nuestra salud. Ven la vida como una montaña. Se nace, iniciamos el ascenso, llegamos a la cima y luego comenzamos a descender.

Todo eso está sustentado en la visión de un mundo material donde estamos sujetos a la segunda ley de la termodinámica; la entropía.  Es decir, a la decadencia y desintegración.

Pero si nos detenemos a observar dentro de nosotros, encontraremos ese mismo ser que aun siente, sueña, se emociona, cree… tal vez con un empaque externo envejecido, pero con mayor profundidad, fuerza interior, sabiduría.

Porque lo único que surge transformado de ese concepto de desintegración y deterioro es la energía. Y, el espíritu humano es eso, energía pura, consciente de su individualidad y su propia existencia.

Es de esa manera como nuestra conciencia se erige por encima de esa curva, convirtiendo la vida en una escalera. Cuando todo lo demás decae, ella, nuestra conciencia, sigue hacia arriba, subiendo, evolucionando. Dándole un sentido muy especial y un valor incalculable al tiempo que hemos vivido y al que nos queda por experimentar aquí.

Sin embargo, no podemos ignorar la finitud de nuestra existencia material, sabemos los límites que nos atan a ella. Ese sentimiento de temor, de angustia crece cuando los años pasan y comenzamos a despedir amigos y familiares. Es decir, comenzamos a ver “que la sierra de poda se acerca…”

Hablando del tema con una persona muy allegada, me decía:

“Amiga, estoy preocupada, porque ya los mangos se están cayendo del palo.  Yo le contesté. Si, ya los racimos están bien maduros…me reí y le dije.

– ¿Sabías que los mangos de abajo se maduran primero? – Así que tú vas antes que yo- Y me contestó con la increíble chispa que la caracteriza – Pero a los mangos de arriba les da más sol. Se amarillan, los pájaros los picotean y a veces se caen primero. Ambas nos reímos, quitándole importancia al asunto.

Y eso…es lo que hay que hacer.  Perder el miedo, no pensar tanto en cuando o cómo nos vamos a ir, sino más bien aprovechar el tiempo que tenemos para estar aquí.

Lo importante, es aprovechar cada instante, entregar lo mejor de nosotros y vivir lo que nos toque vivir según se vaya presentando.

Una de las cosas que he aprendido en la medida que los años pasan es que no hay tiempo para dejar para después. Cada momento que estamos viviendo es un regalo que no se volverá a repetir. Cosa que en la juventud no somos conscientes de ello.

Solo lo comenzamos a comprender cuando se tiene el privilegio de pasar ilesos por las diferentes etapas de la vida. Un regalo de la selección natural, si consideramos a todo lo que está expuesto un ser humano desde el momento en que nace, hasta alcanzar su plena madurez. Las posibilidades de que no lo logremos, superan el 80%. Razón más que justificada para apreciar todos los instantes.

La vida está hecha de infinitos pequeños momentos, que, si aprendemos a valorarlos, son la base de nuestro bienestar.

Degustar un delicioso café, disfrutar de un bello amanecer, gozarse una tardeada con amigos hablando de todo y de nada, como debe ser. Sentir el calor, el cariño de la gente, entregarlo tú también. Mirarte en los ojos de alguien que amas, recibir un abrazo, devolverlo a la vez.  No tienes que cambiar el mundo, ni tienes que volver el cuadrado redondo. Tal vez solo tienes que aprender a vivir…

Camina, haz ejercicio moderado, escucha música suave, clásica, instrumental. Cultiva alguna habilidad artística, acércate a la naturaleza, disfruta de todo lo que te rodea.

Ríe con frecuencia, mira a las personas a los ojos con amabilidad. Practica el servir y el dar cuando se te presente la oportunidad, en completo anonimato y sin esperar retribución. Abraza a tus seres queridos, diles cuantos los amas, recuerda que, para ser amado sin condiciones, primero debes aprender a amar. Y lo más importante: procura hacer lo necesario para que quien esté a tu lado se sienta feliz.

Lo que tengas que decir, dilo. Lo que tengas que perdonar o perdonarte, hazlo, pero ¡hazlo ya! No dejes que esas cargas se acumulen en tu espalda, porque terminaran robándote toda tu energía, y te doblegaran hasta derrotarte.

Trabaja en tus proyectos como si tuvieras toda una vida para realizarlos. Y no te preocupes por, hasta donde puedas llegar.  Siempre habrá quien recoja la antorcha.  Y si no sucede… ¿Qué más da?

Lo importante, es que podamos entender que al término de este maravilloso viaje lo más significativo, ha sido, los momentos en que han tocado nuestro corazón y nosotros también hemos podido tocar el de los demás.

El corazón no mide las experiencias por tiempos. Sino por la cantidad de amor que hayamos podido dar y recibir.

Y eso será lo único que al final de este maravilloso viaje, nos podremos llevar…

 

 

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