Sinónimo de música, de poesía. Su lírica contagiosa se respira en el ambiente, en sus casas, en sus gentes.
Por Stella De Ávila*
Cuando hablo de Patillal no puedo evitar contagiarme de ese aire lírico, romántico y legendario que lo caracteriza y se respira en cada rincón.
“Tierra de extensas sabanas que, en noches de luna llena,
la musa de la pasión regala su inspiración al corazón enamorado.
Transformando a sus amantes en poetas y cantores,
juglares que convirtieron toda esa magia en poesía,
en formas de inspiración”.
Después de casi dos décadas de ausencia vuelvo a mirar la sabana que anuncia la entrada al pueblo. Mi mente divaga un poco y sin poderlo evitar, voy retrocediendo en el tiempo.
…Son las seis de la mañana y estoy de pie en la ventana que mira hacia la sabana considerada como la plaza principal de Patillal, desde mi posición privilegiada puedo verla en toda su extensión. Al fondo a la derecha la pequeña iglesia erguía orgullosa su campanario, el cual solo sonaba para anunciar la llegada del sacerdote de la región, o, para avisar de algún peligro de incendio que en los áridos veranos se presentaban esporádicamente en las afueras de la población.
Alrededor de la plaza las casas diseminadas testimoniaban con su presencia que no estábamos solos. así como el grito esporádico que anunciaba venta de carne; del arriero guiando algún rebaño o el eco lejano del nombre de algún parroquiano llamado a voces, para atraer su atención.
Mi mente divaga hacia los recuerdos; escucho el suave barullo que hace el viento, levantando polvaredas que como bruma seca se arremolinaban desdibujan el contorno de las cosas.
Sigo con mi imaginación los rebaños de cabras que antaño corrían libremente por la sabana hasta perderse en las escarpadas soledades del carbonal, buscando la escasa sombra de los árboles, que en verano sueltan sus vestiduras para defenderse del calor, y en primavera la naturaleza nuevamente engalana con el vistoso manto amarillo que caracteriza su floración.
Aún puedo recordar al astro rey asomar su hermoso rostro luminoso por encima del cerro “La Falda”, brindando su maravilloso espectáculo de colores rojizos, dorados; y escucho los ecos de las voces parranderas rezagadas que en épocas de fiesta amanecían en la sabana entonando versos de las canciones más preciadas de la región… “Camino agreste, camino de mi tierra, que me conduces del Valle a Patillal…” “Gustavo Gutiérrez”.
Cierro los ojos y suspiro mientras saboreo en mi mente el delicioso aroma del primer sorbo de café…

De pronto, de golpe vuelvo a la realidad cuando alguien sacude mi hombro para mostrarme la imponente plaza donde otrora apacentaron rebaños de cabras y que hoy abre sus brazos generosos para recibir al visitante que llega ávido de encontrar en cada monumento, en cada rincón, en cada polvorienta calle, en las acogedoras viviendas rodeadas de hermosos jardines, en cada sonrisa de sus amables habitantes, algo de las historias de esos juglares que hablan al corazón.

Es que cuando uno llega a Patillal, siente ese hechizo sutil que no tiene que ver solo con lo que está allí, con lo material, sino más bien con las memorias ancestrales de todos esos poetas y todas esas canciones que crean como una magia a su alrededor dándole una belleza virtual, lírica que hace que te enamores de él.
Es que Patillal es un pueblo sui géneris. Su gente tiene ese encanto provinciano, esa espontaneidad auténtica, francota y libre, que se ríe a carcajadas con un humor costumbrista que nace del imaginario cotidiano, que te da un abrazo de oso y sonríe mirándote a los ojos
Su generosidad no tiene ningún reparo en decirte, si está desayunando: “ven pa´que te comas conmigo estos chicharrones y esta arepa e´queso. ¡Mucha cosa buena!” Ese calor humano forma parte de su encanto, una rareza que hay que cuidar porque se está extinguiendo.
Patillal no solo es un lugar, es un pueblo que palpita en el alma de sus gentes, de sus historias, de su música; y eso es lo que lo hace único, diferente.
Tierra de trovadores que le cantan a la vida, al amor, a la alegría, a la tristeza. Su lírica contagia, se respira en el ambiente.
Momentos únicos, perfectos, quedan eternizados en los versos espontáneos que brotan cual manantial de agua fresca del talento del juglar.
La música es sonido, son imágenes, historias que mueven recuerdos afectivos y dan sentido a lo que sentimos. La música son las memorias emocionales de una región.
Todos somos poetas, todos somos cantores porque es la forma natural en que expresa el alma su alegría, su tristeza, su placer, su tragedia, su dolor. Pero el juglar trae consigo la musa que nos sirve de identificación. Y es esa expresión del sentimiento colectivo la que captura el sentir del poeta en su expresión.
Cuando escuchas canciones como: “así fue mi querer, pero tú no le diste el valor, todavía no sabes comprender lo que vale un amor…” de Gustavo Gutiérrez. O, “dile al corazón que se enamore, o de lo contrario se entristece. Nunca será tarde nunca, nunca. En cualquier tiempo el amor florece…” ¡Bellísimo!
De Fredy Molina:“No volverán los tiempos de la cometa, cuando yo niño brisas pedía a san Lorenzo, mariposa en la Malena…” eso toca los recuerdos, le habla al corazón.
“El río Badillo fue testigo de que te quise y en sus arenas quedó el recuerdo de un gran amor, de una pareja que allí vivió momentos felices…” de Octavio Daza. ¡Hermoso!
“Vuelve el canto de un autor, intentando ser feliz, pa´ olvidar la que marchó y volver a sonreír. Y ahí vas paloma, con mi cariño, que nadie sepa que me destrozaste el nido…” José Alfonso “Chiche” Maestre.
Quien no ha estado enamorado? quién no ha volado o ha deseado volar una cometa? quien no ha sentido nostalgia? lejos de un amor, de su tierra? Así infinitas canciones que hablan al sentimiento, al corazón.
“Y tan solo me queda el recuerdo de tu voz, como el ave que canta en la sombra y no se ve. Con ese recuerdo vivo yo, con ese recuerdo moriré”: Rafael Escalona, también Patillalero de nacimiento.
Incluso Tobías Enrique Pumarejo, uno de los primeros juglares de la región con su “mírame fijamente hasta cegarme, mírame con amor o con enojo, pero no dejes nunca de mirarme, porque quiero morir bajo tus ojos…” Sus ancestros vienen de Patillal.
Y así compositores, músicos, cantantes que no alcanzaría a nombrar, no porque sean de menor importancia sino porque son innumerables en una tierra donde ellos nacen, no se hacen.
Iconos que se inventan solos por la inmensa belleza de su creatividad. Yacimiento de música que fluye inagotable del alma del cantor, dio origen, ha enriquecido y seguirá fortaleciendo la música Vallenata.
Todas las memorias que identifican el folclor de la antigua provincia de La Magdalena. Hoy departamentos de la Guajira, Cesar y Magdalena que conforman las raíces del Vallenato, de alguna manera confluyen en Patillal.
Influencia que muchos de los más grandes juglares de nuestro folclor lo han reconocido en sus canciones.
“En el pueblo e´ Patillal, tengo el corazón sembrado, no lo he podido arrancar, tanto como he batallado…” Alejandro Durán
Todo este acervo de tradición folclórica y cultural que ha sido construido a través de muchísimos años por tantos juglares, poetas, músicos y cantantes, han hecho de Patillal la sede de la musa y el alma de la inspiración que alimenta la música vallenata. Que hoy se erige ante el mundo como la música que nos identifica convertida por su singularidad en patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Estamos hechos de sueños, memorias y cánticos de nuestros ancestros
Son las raíces las que nos dan identidad, autenticidad, nos hacen únicos, verdaderamente valiosos. Y ese es el tesoro que debemos amar, cuidar, defender y respetar.
*Psicóloga. Coach con PNL
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