Permite al cerebro recuperar su potencial creativo
Por Stella De Ávila Escobar – Psicóloga Coach con Programación Neurolingüística
Muchas veces nos sentimos cansados, agotados, irritables, ansiosos, incluso hastiados. Sin saber exactamente por qué. Son tantos los estímulos sensoriales y emocionales que recibimos, así como las obligaciones laborales y las presiones consumistas cada vez más demandantes, que nuestros cuerpos y cerebros se confunden y saturan.
Vivimos en un mundo donde “se es importante, si se está siempre ocupado”. Frases como “déjame consultar con mi agenda o, “después te llamo”, se han convertido en sinónimo de estatus.
Creemos que solo con cambiar de actividad es suficiente para relajarnos. Pasamos de desempeñar un papel social a otro, pero ¿en que momento nos permitimos quitarnos “el corsé” que nos aprisiona en el rol de turno para simplemente volver a ser nosotros mismos?
Alguna vez habrás experimentado irte a la cama con una idea inconclusa, un problema que no le encuentras salida, una tarea que no puedes rematar y en la madrugada te despiertas con la solución. Eso no es magia. Así es como trabaja nuestra mente creadora.
El que hacer, el aprender, el ocuparse, nos hace funcionales, eficientes. Pero es en la quietud donde surgen las nuevas ideas.
Según investigaciones de Andrew J. Smart, científico norteamericano, la multi-actividad es perjudicial para el cerebro que, por el contrario, necesita estar ocioso para ser creativo. Es importantísimo cortar el flujo de información constante y sobre todo desestimularse.
Smart sostiene que el cerebro tiene “una red de estado de reposo” (RSN) o, red neuronal por defecto (DMN), que se activa en nuestros momentos de ocio. Cuando el cerebro se encuentra en una condición de mínima demanda y no está concentrado en una tarea específica, esta red se pone a trabajar a toda máquina. “Es la red que da sustento al autoconocimiento, los recuerdos autobiográficos, los procesos sociales y emocionales y la creatividad.
En los momentos de ocio se genera una actividad muy singular, donde las regiones cerebrales se activan de manera sincrónica y dialogan entre sí. Hay estudios recientes donde se demuestra que las generaciones más jóvenes muestran un alza en el coeficiente intelectual, pero su creatividad ha ido disminuyendo.
¿La razón? Todo apunta a que la extensión de los horarios laborales y de estudio, la sobrecarga de trabajo y las incontables horas destinadas a dispositivos digitales, conspiran contra nuestros propios periodos de autorreflexión. Al cerebro no le queda tiempo disponible para establecer nuevas conexiones entre cuestiones aparentemente inconexas, identificar patrones y elaborar nuevas ideas. En otras palabras, no le queda tiempo para ser creativo.
En nuestra cultura es muy difícil lograr relajarnos y mucho menos meditar. Nadie nos enseñó la importancia de disfrutar de momentos de quietud, del ocio. Los italianos lo llaman “Il dolce far niente”, “la dulzura de no hacer nada”.
Es decir, disfrutar del arte de no hacer nada… simplemente recostarse, mirar el paisaje, cerrar los ojos y dejar volar la imaginación. Ver pasar la gente sentado en una cafetería, mirar la lluvia, el horizonte, sentir la brisa en el rostro, observar las hojas de los árboles, soñar… en fin. Cosas sencillas que permiten a nuestro cuerpo y cerebro, reiniciarse. recuperar fuerzas, reorganizar programas, soltar, abrir espacio para que nuevas ideas fluyan.
Darle la oportunidad al cerebro “de estirar con pereza sus miembros”, como lo hacen los gatos, para llevar nuevas energías hasta la última de nuestras neuronas. Muchos creen que meditar es dejar la mente en blanco, eso es absurdo porque la mente es movimiento constante. Siempre estamos pensando, incluso cuando estamos dormidos nuestra mente hace cambios de frecuencia, enviando permanentemente información a nuestros cerebros. Lo que tenemos que hacer es producir estos cambios cuando estamos despiertos a voluntad, para mantener en equilibrio tanto la mente como las emociones.
Disfruta de tus momentos de soledad, escucha música suave instrumental, observa la salida del sol, o el atardecer, acompáñalo con una buena taza de café (si te gusta), un té helado, una copa de vino. O, simplemente siéntate en estado contemplativo a observar, sentir, soñar. Deja volar tu imaginación.
¿Recuerdas cuando eras niño(a) y te concentrabas en seguir un camino de hormigas para ver hasta dónde llegaba? ¿Cómo se comunicaban? ¿Qué cargaban? ¿O, cuando observabas un barquito de papel luchando por conservar su equilibrio en la corriente? Lo que llamaba tu atención te maravillaba, atrapaba tu atención y todo lo demás desaparecía. Eso es focalizar la mente, eso es el estado de atención concentrada, eso es estar en el presente.
Recupera tu niño(a) interior. Vuelve a soñar, vive ese sueño por un instante ignorando todo lo que te rodea (eso es meditar). Saldrás renovado(a) y fresco para volver a las exigencias de la cotidianidad.
“…Volver a ser niños, es disfrutar las pequeñas grandes cosas de la vida, el vuelo de una mariposa, la caricia de la brisa en tu rostro, el sonido de la lluvia, la belleza de una flor, es de vez en cuando, limpiar la pizarra para dejar a un lado el personaje en que nos hemos convertido y darnos el permiso de soñar, imaginar, sentir mundos nuevos, sin importar lo que este sucediendo a nuestro alrededor.
Volver a ser niños, es brindarnos una nueva oportunidad, la oportunidad de construir un futuro cada vez mejor».